martes, 19 de noviembre de 2019

Día de la Madre


¿Después de todo, te encuentras bien?

Ocurrió un viernes de la segunda semana de mayo de 1986, cuando el profesor de Historia del Perú, después de su acostumbrada clase acerca de la Conquista del Imperio de los Incas, nos contó una pequeña historia a manera de reflexión.

Cursábamos el segundo grado de secundaria del Colegio San Agustín de Iquitos, terminaríamos el primer bimestre de aquel año y estaríamos a punto de aquella ceremonia mal esperada para muchos de nosotros, la entrega de Libretas de Calificaciones. El paso de la primaria a la secundaria fue muy mal asimilado para muchos de nosotros. Después de hacer un balance personal muchos tenían el saldo en negativo, fue cuando el profesor Vicente Meza habló a manera de relato, un pequeño cuento.

- Y decía así: -

Un muchacho como cualquiera de ustedes, andaba muy enamorado de una hermosa chica, a la cual complacía todos sus caprichos con tal de recibir su amor. Su madre quien al principio aceptó complaciente su relación, pronto empezó a percibir que aquella muchacha era capaz de todo en nombre del amor, cosa que empezó a deteriorar la relación familiar. Sus constantes desplantes y caprichos pronto hicieron mella entre la madre, el hijo y la muchacha. El hijo víctima de este amor, desatendía sus deberes para con la escuela y con la casa, a tal punto que poco o nada le importaban los consejos y sugerencias de su Madre.

En medio de estas desavenencias, la enamorada decidió poner fin a lo que se interponía entre los dos: decidió pedir nada menos, la cabeza de la mamá como prueba de su incondicional e intransferible sentimiento. Para tal fin planearon que cuando la madre estaría sola en casa, el hijo entraría y decapitaría a esta. Para sorpresa hasta de la misma chica, el hijo aceptó y procedió a cometer tan horrendo acto, cegado por un sentimiento enfermizo: decapitó al ser que le dio la vida para entregar a su “amada”. Ante tal macabro hecho, decidió huir con el fruto de su crimen. En su huida tropezó y cayó aparatosamente, la cabeza rodó y quedó mirándolo. Tal mirada no tenía ningún sentimiento, muy al contrario, una ternura infinita. Al ver esto el muchacho no pudo sostener su arrepentimiento y amargura después que aquel rostro le pronunció las más sublimes palabras; se oyó una voz que decía: ¿Te hiciste daño?

El muchacho que antes no entendía razones, hizo cuenta que era demasiado tarde para el arrepentimiento, su acto no tendría ningún perdón, sin embrago su madre, aun muerta se preocupó tanto que le hizo aquella tierna pregunta.

Así es el amor de las madres, es incondicional, es único y la mejor correspondencia que tiene cada uno de ustedes será ser: hombres de bien, cumplir con todas sus obligaciones escolares y familiares.

Muchos de nosotros no pudimos contener las lágrimas frente a tan formativo relato y de esto son testigos muchos de mis compañeros que antes fueron hijos, trataron de corresponder el amor de sus madres y que ahora son esposos, padres y viven muy de cerca este segundo domingo de mayo.

Separarnos de ella nos dejó una huella imborrable en nuestro cuerpo: nuestro ombligo.

Feliz Día de la Madre.

A Silia Arévalo y María Elena Larriega.

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