¿Después
de todo, te encuentras bien?
Ocurrió
un viernes de la segunda semana de mayo de 1986, cuando el profesor de Historia
del Perú, después de su acostumbrada clase acerca de la Conquista del Imperio
de los Incas, nos contó una pequeña historia a manera de reflexión.
Cursábamos
el segundo grado de secundaria del Colegio San Agustín de Iquitos,
terminaríamos el primer bimestre de aquel año y estaríamos a punto de aquella
ceremonia mal esperada para muchos de nosotros, la entrega de Libretas de
Calificaciones. El paso de la primaria a la secundaria fue muy mal asimilado
para muchos de nosotros. Después de hacer un balance personal muchos tenían el
saldo en negativo, fue cuando el profesor Vicente Meza habló a manera de
relato, un pequeño cuento.
-
Y decía así: -
Un
muchacho como cualquiera de ustedes, andaba muy enamorado de una hermosa chica,
a la cual complacía todos sus caprichos con tal de recibir su amor. Su madre
quien al principio aceptó complaciente su relación, pronto empezó a percibir
que aquella muchacha era capaz de todo en nombre del amor, cosa que empezó a
deteriorar la relación familiar. Sus constantes desplantes y caprichos pronto
hicieron mella entre la madre, el hijo y la muchacha. El hijo víctima de este
amor, desatendía sus deberes para con la escuela y con la casa, a tal punto que
poco o nada le importaban los consejos y sugerencias de su Madre.
En
medio de estas desavenencias, la enamorada decidió poner fin a lo que se
interponía entre los dos: decidió pedir nada menos, la cabeza de la mamá como
prueba de su incondicional e intransferible sentimiento. Para tal fin planearon
que cuando la madre estaría sola en casa, el hijo entraría y decapitaría a
esta. Para sorpresa hasta de la misma chica, el hijo aceptó y procedió a
cometer tan horrendo acto, cegado por un sentimiento enfermizo: decapitó al ser
que le dio la vida para entregar a su “amada”. Ante tal macabro hecho, decidió
huir con el fruto de su crimen. En su huida tropezó y cayó aparatosamente, la
cabeza rodó y quedó mirándolo. Tal mirada no tenía ningún sentimiento, muy al
contrario, una ternura infinita. Al ver esto el muchacho no pudo sostener su
arrepentimiento y amargura después que aquel rostro le pronunció las más
sublimes palabras; se oyó una voz que decía: ¿Te hiciste daño?
El
muchacho que antes no entendía razones, hizo cuenta que era demasiado tarde
para el arrepentimiento, su acto no tendría ningún perdón, sin embrago su
madre, aun muerta se preocupó tanto que le hizo aquella tierna pregunta.
Así
es el amor de las madres, es incondicional, es único y la mejor correspondencia
que tiene cada uno de ustedes será ser: hombres de bien, cumplir con todas sus
obligaciones escolares y familiares.
Muchos
de nosotros no pudimos contener las lágrimas frente a tan formativo relato y de
esto son testigos muchos de mis compañeros que antes fueron hijos, trataron de
corresponder el amor de sus madres y que ahora son esposos, padres y viven muy
de cerca este segundo domingo de mayo.
Separarnos
de ella nos dejó una huella imborrable en nuestro cuerpo: nuestro ombligo.
Feliz
Día de la Madre.
A
Silia Arévalo y María Elena Larriega.
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