viernes, 16 de marzo de 2018

Ciencia Social



La primera clase de Historia del quinto grado de primaria, del Colegio San Agustín de Iquitos, fue sorprendida por la siguiente pregunta:

— ¿Qué es la Historia? — interrogó el profesor.

En aquella mañana soleada del mes de abril de 1984, con nuestros escasos conocimientos, tratamos de responderla. Después de muchas intervenciones que no encontraron la aceptación del maestro, hubo una que llamó poderosamente mi atención:

Es una Ciencia Social que estudia al hombre — dijo Igor Calvo.

Aquella respuesta, fue la única que acertó.

— ¡Muy bien! Repite en voz alta, para todos tus compañeros — exclamó Aladino.

Aladino Ríos (nuestro profesor de Historia) tenía un método distinto de enseñanza: introducía el tema a estudiar, mediante el lanzamiento de una pregunta que diera lugar a un pequeño debate, que él moderaba. De esta manera despertaba nuestro interés en las cosas que nos rodeaban y de las que éramos, queramos o no, protagonistas. A modo de ampliación de la definición de Igor, Ríos nos indicó:

— El hombre como ente social; forma parte de un contexto histórico estudiado por la Historia, es decir, cada uno de ustedes con sus pequeños actos y obras, la están escribiendo — sentenció.

Creo que después de aquella definición, nuestro salón no volvió  a ser el mismo.

Acontecimientos como el traslado de Lima a Iquitos de sus padres, por motivos laborales, hicieron que Igor sea nuestro compañero de clases. Calvo siempre nos sorprendía con su visión más amplia de las materias que estudiábamos, contaba con opiniones certeras, que a menudo acertaban con las definiciones que esperaban nuestros maestros de las diferentes asignaturas. Hasta para el clásico acontecimiento religioso de primaria de nuestro colegio (La Primera Comunión), Igor se había adelantado, tal acontecimiento formaba parte de su pasado, un recuerdo para él.

El comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo, significaba para los agustinianos un acontecimiento especial. Nos preparamos durante un mes para tal ceremonia. Recuerdo aquella mañana de sábado, la misa tuvo mucho de solemne: concelebrada por toda la curia agustina loretana (Obispo incluido). Trajes eclesiásticos hechos de finas telas color púrpura; manteles con la impresión JHS impecablemente bordados, cubrían el altar; un cáliz de casi cuarenta centímetros, color oro, completaban la escenografía, similar a la coronación de algún reinado de la Edad Media. No solo había que alimentar el cuerpo y la mente, deberíamos alimentar el espíritu, se nos dijo.

Después de algunos años, en el curso de Filosofía de la secundaria, donde estudiábamos y tratábamos de responder, nuestras inmaduras interrogantes poco filosóficas y más mundanas, descubrí que; el método de Aladino Ríos, y que nos había marcado; se denominaba Método Aristotélico, en honor a un tal Aristóteles. Con aquel método, nuestro profesor intentaba que sus alumnos obtengan el conocimiento a través de la observación de las causas, por medio de la deducción. 

El método deductivo (científico) postula que: la conclusión se encuentra implícita dentro las premisas, es decir, las conclusiones son una consecuencia necesaria de ellas. Aristóteles postulaba que: cuando las premisas resultan verdaderas y el razonamiento deductivo tiene validez, no hay forma de que la conclusión no lo sea.

En mis estudios posteriores de Ciencias Sociales en la Universidad, la definición de Igor, se convirtió en un grato recuerdo de nuestras clases de Historia del Colegio.

— ¿Será ciencia la Historia? — dijo Mabel Martínez.

Para poder responder la pregunta de Martínez (profesora de Ciencias Sociales), mi clase de los primeros semestres universitarios tuvo que definir; en primer lugar, el concepto de Ciencia. Al no encontrar respuestas certeras, Mabel exclamó:

— Si la Historia es Ciencia, debería obedecer las leyes que la gobiernan, como las matemáticas, por ejemplo — exclamó.

Después de muchas disertaciones y estudio de teorías, concluimos: La Historia es una Ciencia Social, gobernada por la periodicidad de fenómenos sociales (leyes), como las revoluciones. Transcurridas algunas clases que eran amenas e interesantes, donde disertábamos teorías, encontré la de la Escuela Historicista Alemana de Economía. Aquella escuela de alcance intercontinental, fue para mí, esencial en estos años. Su pensamiento histórico-económico argumentaba que: Las variables cultura y economía están interrelacionadas en el espacio-tiempo; por lo tanto, su estudio debería estar cimentada sobre esta interdependencia, y que la Historia es la principal fuente de conocimiento sobre las acciones humanas.

La aplicación de estas teorías a los acontecimientos que sucedían en el mundo de los años 90; trataron de responderme muchas interrogantes, como lo había hecho Igor Calvo muchos años atrás. Desde esa histórica mañana de 1984, nuestras  vidas y obras se vienen escribiendo a través de la Historia, tal como trata de hacerlo esta crónica.


A Mabel “La che” Martínez, la última argentinizada.

© Por Alejandro Jáuregui.

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