La
primera clase de Historia del quinto grado de primaria, del Colegio San Agustín
de Iquitos, fue sorprendida por la siguiente pregunta:
— ¿Qué es la Historia? — interrogó el profesor.
En
aquella mañana soleada del mes de abril de 1984, con nuestros escasos
conocimientos, tratamos de responderla. Después
de muchas intervenciones que no encontraron la aceptación del maestro, hubo una
que llamó poderosamente mi atención:
—
Es una Ciencia Social que estudia al
hombre — dijo Igor Calvo.
Aquella
respuesta, fue la única que acertó.
—
¡Muy bien! Repite en voz alta, para todos
tus compañeros — exclamó Aladino.
Aladino
Ríos (nuestro profesor de Historia) tenía un método distinto de enseñanza: introducía
el tema a estudiar, mediante el lanzamiento de una pregunta que diera lugar a
un pequeño debate, que él moderaba. De esta manera despertaba nuestro interés
en las cosas que nos rodeaban y de las que éramos, queramos o no,
protagonistas. A modo de ampliación de la definición de Igor, Ríos nos indicó:
— El hombre como ente
social; forma parte de un contexto histórico estudiado por la Historia, es
decir, cada uno de ustedes con sus pequeños actos y obras, la están escribiendo
— sentenció.
Creo
que después de aquella definición, nuestro salón no volvió a ser el mismo.
Acontecimientos
como el traslado de Lima a Iquitos de sus padres, por motivos laborales,
hicieron que Igor sea nuestro compañero de clases. Calvo siempre nos sorprendía
con su visión más amplia de las materias que estudiábamos, contaba con opiniones
certeras, que a menudo acertaban con las definiciones que esperaban nuestros
maestros de las diferentes asignaturas. Hasta para el clásico acontecimiento
religioso de primaria de nuestro colegio (La Primera Comunión), Igor se había
adelantado, tal acontecimiento formaba parte de su pasado, un recuerdo para él.
El
comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo, significaba para los agustinianos
un acontecimiento especial. Nos preparamos durante un mes para tal ceremonia.
Recuerdo aquella mañana de sábado, la misa tuvo mucho de solemne: concelebrada
por toda la curia agustina loretana (Obispo incluido). Trajes eclesiásticos
hechos de finas telas color púrpura; manteles con la impresión JHS impecablemente
bordados, cubrían el altar; un cáliz de casi cuarenta centímetros, color oro,
completaban la escenografía, similar a la coronación de algún reinado de la
Edad Media. No solo había que alimentar el cuerpo y la mente, deberíamos
alimentar el espíritu, se nos dijo.
Después
de algunos años, en el curso de Filosofía de la secundaria, donde estudiábamos
y tratábamos de responder, nuestras inmaduras interrogantes poco filosóficas y
más mundanas, descubrí que; el método de Aladino Ríos, y que nos había marcado;
se denominaba Método Aristotélico, en honor a un tal Aristóteles. Con aquel
método, nuestro profesor intentaba que sus alumnos obtengan el conocimiento a
través de la observación de las causas, por medio de la deducción.
El
método deductivo (científico) postula que: la conclusión se encuentra implícita
dentro las premisas, es decir, las conclusiones son una consecuencia necesaria
de ellas. Aristóteles postulaba que: cuando las premisas resultan verdaderas y
el razonamiento deductivo tiene validez, no hay forma de que la conclusión no lo
sea.
En
mis estudios posteriores de Ciencias Sociales en la Universidad, la definición
de Igor, se convirtió en un grato recuerdo de nuestras clases de Historia del Colegio.
— ¿Será ciencia la
Historia? — dijo Mabel
Martínez.
Para
poder responder la pregunta de Martínez (profesora de Ciencias Sociales), mi
clase de los primeros semestres universitarios tuvo que definir; en primer
lugar, el concepto de Ciencia. Al no encontrar respuestas certeras, Mabel
exclamó:
— Si la Historia es Ciencia,
debería obedecer las leyes que la gobiernan, como las matemáticas, por ejemplo
— exclamó.
Después
de muchas disertaciones y estudio de teorías, concluimos: La Historia es una
Ciencia Social, gobernada por la periodicidad de fenómenos sociales (leyes),
como las revoluciones. Transcurridas algunas clases que eran amenas e
interesantes, donde disertábamos teorías, encontré la de la Escuela Historicista
Alemana de Economía. Aquella escuela de alcance intercontinental, fue para mí,
esencial en estos años. Su pensamiento histórico-económico argumentaba que: Las
variables cultura y economía están interrelacionadas en el espacio-tiempo; por
lo tanto, su estudio debería estar cimentada sobre esta interdependencia, y que
la Historia es la principal fuente de conocimiento sobre las acciones humanas.
La
aplicación de estas teorías a los acontecimientos que sucedían en el mundo de
los años 90; trataron de responderme muchas interrogantes, como lo había hecho
Igor Calvo muchos años atrás. Desde esa histórica mañana de 1984, nuestras vidas y obras se vienen escribiendo a través
de la Historia, tal como trata de hacerlo esta crónica.
A
Mabel “La che” Martínez, la última argentinizada.
©
Por Alejandro Jáuregui.