viernes, 19 de enero de 2018

Las pobres también aman


Las pobres también aman, podría ser el título de una telenovela mexicana protagonizada por Lucía Méndez en los años 80 —

Los domingos de mi niñez eran especiales, era el último día que nos reuníamos con mis amigos en nuestra esquina después de un partido de fulbito a conversar sobre las cosas que nos pasaban. También era el día en que observaba un fenómeno especial: el desfile de mujeres cuyo empleo era ser  “Empleadas del Hogar” a las que de ahora en adelante las llamaré Nanis con especial cariño.

Las Nanis gozaban como único día libre, el último de la semana. Desde mi esquina las veía pasar a tomar los microbuses que las llevarían a los locales de bailes situados en el distrito de San Juan Bautista de Iquitos, campestre en esa época. Sus atuendos constaban siempre de zapatos calados de cuero sintético color negro, adornados en el empeine por una malla de hilo nylon con bolillas multicolores, donde ponían al descubierto sus pies: piel brillante por el cloro de la lejía que usaban en la limpieza de los pisos de las casas donde trabajaban y dedos deformados con uñas pintadas de color escarlata. Sus piernas lucían pantorrillas prominentes por los largos periodos de trabajo de pie, a las que parcialmente tapaban con faldas siempre de colores pasteles, el verde Nilo estampado de flores a la altura de la entrepierna era el de mayor frecuencia. Blusas colorinches con cuellos y mangas ajustables con listoncillos, cubrían sus pechos color cobre. Aretes, collares y pulseras de perlas de plástico completaban el atuendo. Sus pasos emanaban aromas de perfumes Yanbal que olían menos a flores y más a alcohol. En aquellos desfiles había algo que siempre capturó mi atención, la mirada: sus ojos contenían la esperanza del hallazgo de un bien siempre esquivo para ellas, el amor de algún hombre que volviera realidad quizá el sueño terrenal de Lucía Méndez en las telenovelas que devotamente veían.

En aquellos años, Marisol personificaba a todas aquellas mujeres que hoy me inspiran a escribir esta crónica. Mi Nani gustaba de leer los versos que yo escribía, se conmovía hasta el suspiro al leer mis pequeños poemas y relatos. Existía una especial conexión entre ella y yo. Para redimirse del recuerdo de algún amor frustrado, me pedía que escribiera versos a cambio de una propina, fue así que  a temprana edad me convertí en un escribidor profesional, un verdadero mercenario de tinta y papel. A cambio de la redacción de epístolas a sus familiares y amigos de su pueblo natal, Marisol me retribuía agasajándome con la preparación de sándwiches y refrescos que me gustaban. Al final de sus domingos, a modo de retribución por lo que escribía, me obsequiba decenas de revistas de historietas, suplementos dominicales, semanarios deportivos y cuentos de ediciones piratas a los que yo siempre retribuía con una sonrisa cómplice. 

No solo el talento histriónico de Lucía Méndez marcó un hito en mi niñez, sino su espectacular belleza, verla en horario estelar era como como ver el reverberar de un diamante en una noche estrellada. Novelas como Colorina, Tú o nadie, Mundos opuestos, Amor de nadie, eran las preferidas de las Nanis. De lunes a viernes las ocho de la noche era la hora del regreso de mis actividades recreativas y deportivas. Del club Tenis a mi casa había aproximadamente veinticinco cuadras y dos plazas (Sargento Lores y Veintiocho de Julio), durante este recorrido se escuchaban las cortinas musicales de las telenovelas de Lucía que emanaban las salas de las casas. Es por eso que muchas de estas cortinas musicales se convirtieron en los soundtracks de mi infancia.

Para llegar a ser un verdadero Caballero de los cuentos medievales de los que solo existían en mis sueños, tendría que tener una Dama a quién ofrendar mis proezas, mis grandes batallas de causas imposibles, mis quijotescos anhelos, sueños y deseos; para ello, Lucía Méndez encarnaría aquella Dulcinea del Toboso. Mi Dulcinea Lucía poseía una belleza natural. En la época que ella nació no existía tanta artificialeza, que hoy han devaluado tanto la belleza. Se nacía bella o no. A Lucía le escribiría los versos del alma límpida de un poeta, que yo soñaba ser.

Los locales de baile a las que acudían las Nanis eran siempre concurridos por personas de la clase proletaria, por sus aspectos se podían distinguir hombres cuyos oficios deberían ser; albañiles, choferes, mecánicos, pescadores, etc. A ritmo de las cumbias como; El Aguajal, La Colegiala, Trago Amargo, Golpe con Golpe, El Humo del Cigarrillo, Lágrima por Lágrima el amor libraría el más noble de sus trabajos: amar en tiempos de carencias económicas. Entre faldas y pantalones la ley del Magneto demostraba su cumplimiento. El amor y el desamor no eran ajenos para estas mujeres, pero si hay algo que pude constatar es que las pobres también aman.

— […] Y pensar que te dí mi cariño y mi amor fue solo para tí […] Recuerdo escucharlas a la salida de estos locales —

De esta manera se formaban parejas y futuras familias o de lo contrario la reminiscencia, la letra de una futura canción de cumbia. La esperanza del triunfo del amor y la vida terrenal de las protagonistas de sus telenovelas, siempre eran motivo de festejo, acompañados por brindis con cerveza: ¡por el amor o por el desamor!

Como en todas las historias, la mía tendría un final. Marisol tuvo que marcharse de mi lado por las leyes naturales de la vida, su partida no tuvo nada de poesía, más bien letra de canción de ritmo cumbiambero. Ya no habría más cómplices de nuestra historia literaria: el poeta y su lectora.

— ¿Quizá amaba y había encontrado el amor? —

Una tarde de diciembre de 1990 en mi casa se recibieron dos sobres, uno con destinatario el nombre de mi padre y el otro con el mío. Los sobres eran de partes de matrimonio, debidamente caligrafiadas. Saqué el documento: una pequeña misiva cayó lentamente al piso. Al recogerla pude leer:

Estimado pequeño Poeta
Ahora soy yo la que escribe
Y usted él que lee

¿Me concedería el honor de asistir a mi matrimonio?

Atentamente.
Su más devota y ferviente lectora.

Post Data.
Habrá sándwiches y refrescos que a usted tanto le gustan.

A Marisol, por acompañarme con ternura y amor en los largos y multicolores atardeceres de mi infancia.


© Por Alejandro Jáuregui.

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