La clase de Lengua y Literatura de la
maestra Hilda Sandoval era una de las más amenas del quinto grado de primaria
del Colegio San Agustín de Iquitos, recuerdo como nos enseñaba las reglas de
acentuación, los diptongos, los hiatos, la tildación diacrítica y su lúdico
método de separación de las palabras en sílabas: aplaudiendo (una palma de
manos por cada sílaba). Nos asignaba como tarea mensual la lectura de un cuento
del escritor peruano Abraham Valdelomar y como nota final la redacción de uno,
el mejor era publicado en el periódico mural del salón.
En aquellos años mis lecturas se
limitaban a la sección de deportes del periódico La Republica que mi viejo compraba religiosamente todos los días,
los cuentos de Edmundo de Amicis, y los domingos el clásico cuento semanal: El Súper Cholo del diario El Comercio.
En la última semana del mes de agosto de
1984, celebramos la “Semana Agustiniana”, en ella habían diferentes concursos:
poesía, cuento, fotografía, pintura y creación musical. La maestra Hilda no
encontró mejor manera de motivar nuestra creatividad, que premiar al autor del
mejor cuento. Nos anunció: ¡Premio Especial al ganador del concurso de Cuentos!,
motivado por el premio, diseñé rudimentariamente mi estilo literario ensayando
textos, narrador omnisciente, narrador personaje, etc. Inspirado en las
películas del cantante y actor español Joselito, redacté el borrador de mi
primer cuento: El circo de Don Linolio.
—
Yo escribiré: El Taquerillo, dijo “El Shicshi” —
Si comparamos el cuento El Taquerillo (un personaje, tres
párrafos en hoja de cuaderno escolar de la época), el mío tenía dos páginas en
papel oficio, diez párrafos y seis personajes, un verdadero homenaje a la infantil
grandilocuencia inútil. La obra de Miguel “El Shicshi” era simple, sencilla y su belleza radicaba en
su estructuración (obertura, desenlace y
final), narraba la experiencia de un alumno en un examen de Geografía y las
consecuencias de hacer trampa.
“El Shicshi” era un chico cuyos
principales intereses era caer bien a todos, jugar al futbol y pasarla bien, no
se hacía problemas por nada y por nadie. Recuerdo muy bien su espíritu siempre
festivo, su sonrisa socarrona y su admiración por Gustavo Cerati. Sus
conversaciones describían miles de
aventuras en los microbuses que iban y venían de Punchana (distrito distante de Iquitos), y sus vivencias con amigas
de otros colegios. Parecía un poco mayor que nosotros.
Mi interés por la escritura creativa
había nacido por estos años, la poesía en especial, experimenté los efectos
emocionales que producía en los lectores lo que escribía. Como dijo Mario
Vargas Llosa: “Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos,
como la lectura. Estoy completamente convencido de que una persona que lee, y
que lee bien, disfruta muchísimo mejor de la vida, aunque también es una
persona que tiene más problemas frente al mundo”.
Pasaron los días, nuestras ansias
aumentaban: el final del concurso llegaba a su fin. La maestra Hilda y todo el
salón no podían esperar más. El cuento
ganador sería, el que tenga el mejor estilo, rico en personajes y una historia
inédita que atrapara al lector.
—
Y el ganador es: “El Taquerillo” de Miguel Rodríguez, dijo la maestra —
Increíblemente “El Shicshi” había
ganado, para envidia de muchos, incluido el que escribe. Sin darse cuenta no solo había escrito
un cuento, lo había ganado y había escrito nuestra historia.
A Hilda Sandoval, por enseñarnos la
bella aventura de escribir.
© Por Alejandro Jáuregui.
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