viernes, 12 de enero de 2018

“El Shicshi” y el estilo literario



— ¡Decirlo todo en poco, es de ingenioso! —

La clase de Lengua y Literatura de la maestra Hilda Sandoval era una de las más amenas del quinto grado de primaria del Colegio San Agustín de Iquitos, recuerdo como nos enseñaba las reglas de acentuación, los diptongos, los hiatos, la tildación diacrítica y su lúdico método de separación de las palabras en sílabas: aplaudiendo (una palma de manos por cada sílaba). Nos asignaba como tarea mensual la lectura de un cuento del escritor peruano Abraham Valdelomar y como nota final la redacción de uno, el mejor era publicado en el periódico mural del salón.

En aquellos años mis lecturas se limitaban a la sección de deportes del periódico La Republica que mi viejo compraba religiosamente todos los días, los cuentos de Edmundo de Amicis, y los domingos el clásico cuento semanal: El Súper Cholo del diario El Comercio.

En la última semana del mes de agosto de 1984, celebramos la “Semana Agustiniana”, en ella habían diferentes concursos: poesía, cuento, fotografía, pintura y creación musical. La maestra Hilda no encontró mejor manera de motivar nuestra creatividad, que premiar al autor del mejor cuento. Nos anunció: ¡Premio Especial al ganador del concurso de Cuentos!, motivado por el premio, diseñé rudimentariamente mi estilo literario ensayando textos, narrador omnisciente, narrador personaje, etc. Inspirado en las películas del cantante y actor español Joselito, redacté el borrador de mi primer cuento: El circo de Don Linolio.

— Yo escribiré: El Taquerillo, dijo “El Shicshi”

Si comparamos el cuento El Taquerillo (un personaje, tres párrafos en hoja de cuaderno escolar de la época), el mío tenía dos páginas en papel oficio, diez párrafos y seis personajes, un verdadero homenaje a la infantil grandilocuencia inútil. La obra de Miguel “El Shicshi”  era simple, sencilla y su belleza radicaba en su estructuración  (obertura, desenlace y final), narraba la experiencia de un alumno en un examen de Geografía y las consecuencias de hacer trampa.

“El Shicshi” era un chico cuyos principales intereses era caer bien a todos, jugar al futbol y pasarla bien, no se hacía problemas por nada y por nadie. Recuerdo muy bien su espíritu siempre festivo, su sonrisa socarrona y su admiración por Gustavo Cerati. Sus conversaciones describían miles  de aventuras en los microbuses que iban y venían de Punchana (distrito distante de Iquitos), y sus vivencias con amigas de otros colegios. Parecía un poco mayor que nosotros.

Mi interés por la escritura creativa había nacido por estos años, la poesía en especial, experimenté los efectos emocionales que producía en los lectores lo que escribía. Como dijo Mario Vargas Llosa: “Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos, como la lectura. Estoy completamente convencido de que una persona que lee, y que lee bien, disfruta muchísimo mejor de la vida, aunque también es una persona que tiene más problemas frente al mundo”.

Pasaron los días, nuestras ansias aumentaban: el final del concurso llegaba a su fin. La maestra Hilda y todo el salón  no podían esperar más. El cuento ganador sería, el que tenga el mejor estilo, rico en personajes y una historia inédita que atrapara al lector.

— Y el ganador es: “El Taquerillo” de Miguel Rodríguez, dijo la maestra —

Increíblemente “El Shicshi” había ganado, para envidia de muchos, incluido el que escribe. Sin darse cuenta no solo había escrito un cuento, lo había ganado y había escrito nuestra historia.

A Hilda Sandoval, por enseñarnos la bella aventura de escribir.


© Por Alejandro Jáuregui.

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