miércoles, 24 de enero de 2018

viernes, 19 de enero de 2018

Las pobres también aman


Las pobres también aman, podría ser el título de una telenovela mexicana protagonizada por Lucía Méndez en los años 80 —

Los domingos de mi niñez eran especiales, era el último día que nos reuníamos con mis amigos en nuestra esquina después de un partido de fulbito a conversar sobre las cosas que nos pasaban. También era el día en que observaba un fenómeno especial: el desfile de mujeres cuyo empleo era ser  “Empleadas del Hogar” a las que de ahora en adelante las llamaré Nanis con especial cariño.

Las Nanis gozaban como único día libre, el último de la semana. Desde mi esquina las veía pasar a tomar los microbuses que las llevarían a los locales de bailes situados en el distrito de San Juan Bautista de Iquitos, campestre en esa época. Sus atuendos constaban siempre de zapatos calados de cuero sintético color negro, adornados en el empeine por una malla de hilo nylon con bolillas multicolores, donde ponían al descubierto sus pies: piel brillante por el cloro de la lejía que usaban en la limpieza de los pisos de las casas donde trabajaban y dedos deformados con uñas pintadas de color escarlata. Sus piernas lucían pantorrillas prominentes por los largos periodos de trabajo de pie, a las que parcialmente tapaban con faldas siempre de colores pasteles, el verde Nilo estampado de flores a la altura de la entrepierna era el de mayor frecuencia. Blusas colorinches con cuellos y mangas ajustables con listoncillos, cubrían sus pechos color cobre. Aretes, collares y pulseras de perlas de plástico completaban el atuendo. Sus pasos emanaban aromas de perfumes Yanbal que olían menos a flores y más a alcohol. En aquellos desfiles había algo que siempre capturó mi atención, la mirada: sus ojos contenían la esperanza del hallazgo de un bien siempre esquivo para ellas, el amor de algún hombre que volviera realidad quizá el sueño terrenal de Lucía Méndez en las telenovelas que devotamente veían.

En aquellos años, Marisol personificaba a todas aquellas mujeres que hoy me inspiran a escribir esta crónica. Mi Nani gustaba de leer los versos que yo escribía, se conmovía hasta el suspiro al leer mis pequeños poemas y relatos. Existía una especial conexión entre ella y yo. Para redimirse del recuerdo de algún amor frustrado, me pedía que escribiera versos a cambio de una propina, fue así que  a temprana edad me convertí en un escribidor profesional, un verdadero mercenario de tinta y papel. A cambio de la redacción de epístolas a sus familiares y amigos de su pueblo natal, Marisol me retribuía agasajándome con la preparación de sándwiches y refrescos que me gustaban. Al final de sus domingos, a modo de retribución por lo que escribía, me obsequiba decenas de revistas de historietas, suplementos dominicales, semanarios deportivos y cuentos de ediciones piratas a los que yo siempre retribuía con una sonrisa cómplice. 

No solo el talento histriónico de Lucía Méndez marcó un hito en mi niñez, sino su espectacular belleza, verla en horario estelar era como como ver el reverberar de un diamante en una noche estrellada. Novelas como Colorina, Tú o nadie, Mundos opuestos, Amor de nadie, eran las preferidas de las Nanis. De lunes a viernes las ocho de la noche era la hora del regreso de mis actividades recreativas y deportivas. Del club Tenis a mi casa había aproximadamente veinticinco cuadras y dos plazas (Sargento Lores y Veintiocho de Julio), durante este recorrido se escuchaban las cortinas musicales de las telenovelas de Lucía que emanaban las salas de las casas. Es por eso que muchas de estas cortinas musicales se convirtieron en los soundtracks de mi infancia.

Para llegar a ser un verdadero Caballero de los cuentos medievales de los que solo existían en mis sueños, tendría que tener una Dama a quién ofrendar mis proezas, mis grandes batallas de causas imposibles, mis quijotescos anhelos, sueños y deseos; para ello, Lucía Méndez encarnaría aquella Dulcinea del Toboso. Mi Dulcinea Lucía poseía una belleza natural. En la época que ella nació no existía tanta artificialeza, que hoy han devaluado tanto la belleza. Se nacía bella o no. A Lucía le escribiría los versos del alma límpida de un poeta, que yo soñaba ser.

Los locales de baile a las que acudían las Nanis eran siempre concurridos por personas de la clase proletaria, por sus aspectos se podían distinguir hombres cuyos oficios deberían ser; albañiles, choferes, mecánicos, pescadores, etc. A ritmo de las cumbias como; El Aguajal, La Colegiala, Trago Amargo, Golpe con Golpe, El Humo del Cigarrillo, Lágrima por Lágrima el amor libraría el más noble de sus trabajos: amar en tiempos de carencias económicas. Entre faldas y pantalones la ley del Magneto demostraba su cumplimiento. El amor y el desamor no eran ajenos para estas mujeres, pero si hay algo que pude constatar es que las pobres también aman.

— […] Y pensar que te dí mi cariño y mi amor fue solo para tí […] Recuerdo escucharlas a la salida de estos locales —

De esta manera se formaban parejas y futuras familias o de lo contrario la reminiscencia, la letra de una futura canción de cumbia. La esperanza del triunfo del amor y la vida terrenal de las protagonistas de sus telenovelas, siempre eran motivo de festejo, acompañados por brindis con cerveza: ¡por el amor o por el desamor!

Como en todas las historias, la mía tendría un final. Marisol tuvo que marcharse de mi lado por las leyes naturales de la vida, su partida no tuvo nada de poesía, más bien letra de canción de ritmo cumbiambero. Ya no habría más cómplices de nuestra historia literaria: el poeta y su lectora.

— ¿Quizá amaba y había encontrado el amor? —

Una tarde de diciembre de 1990 en mi casa se recibieron dos sobres, uno con destinatario el nombre de mi padre y el otro con el mío. Los sobres eran de partes de matrimonio, debidamente caligrafiadas. Saqué el documento: una pequeña misiva cayó lentamente al piso. Al recogerla pude leer:

Estimado pequeño Poeta
Ahora soy yo la que escribe
Y usted él que lee

¿Me concedería el honor de asistir a mi matrimonio?

Atentamente.
Su más devota y ferviente lectora.

Post Data.
Habrá sándwiches y refrescos que a usted tanto le gustan.

A Marisol, por acompañarme con ternura y amor en los largos y multicolores atardeceres de mi infancia.


© Por Alejandro Jáuregui.

miércoles, 17 de enero de 2018

La sempiterna revista El Gráfico

Nuestro Homenaje a la revista argentina El Gráfico. Franco Navarro será el último peruano en aparecer en su portada. El pasado martes se anunció la última edición impresa.

viernes, 12 de enero de 2018

“El Shicshi” y el estilo literario



— ¡Decirlo todo en poco, es de ingenioso! —

La clase de Lengua y Literatura de la maestra Hilda Sandoval era una de las más amenas del quinto grado de primaria del Colegio San Agustín de Iquitos, recuerdo como nos enseñaba las reglas de acentuación, los diptongos, los hiatos, la tildación diacrítica y su lúdico método de separación de las palabras en sílabas: aplaudiendo (una palma de manos por cada sílaba). Nos asignaba como tarea mensual la lectura de un cuento del escritor peruano Abraham Valdelomar y como nota final la redacción de uno, el mejor era publicado en el periódico mural del salón.

En aquellos años mis lecturas se limitaban a la sección de deportes del periódico La Republica que mi viejo compraba religiosamente todos los días, los cuentos de Edmundo de Amicis, y los domingos el clásico cuento semanal: El Súper Cholo del diario El Comercio.

En la última semana del mes de agosto de 1984, celebramos la “Semana Agustiniana”, en ella habían diferentes concursos: poesía, cuento, fotografía, pintura y creación musical. La maestra Hilda no encontró mejor manera de motivar nuestra creatividad, que premiar al autor del mejor cuento. Nos anunció: ¡Premio Especial al ganador del concurso de Cuentos!, motivado por el premio, diseñé rudimentariamente mi estilo literario ensayando textos, narrador omnisciente, narrador personaje, etc. Inspirado en las películas del cantante y actor español Joselito, redacté el borrador de mi primer cuento: El circo de Don Linolio.

— Yo escribiré: El Taquerillo, dijo “El Shicshi”

Si comparamos el cuento El Taquerillo (un personaje, tres párrafos en hoja de cuaderno escolar de la época), el mío tenía dos páginas en papel oficio, diez párrafos y seis personajes, un verdadero homenaje a la infantil grandilocuencia inútil. La obra de Miguel “El Shicshi”  era simple, sencilla y su belleza radicaba en su estructuración  (obertura, desenlace y final), narraba la experiencia de un alumno en un examen de Geografía y las consecuencias de hacer trampa.

“El Shicshi” era un chico cuyos principales intereses era caer bien a todos, jugar al futbol y pasarla bien, no se hacía problemas por nada y por nadie. Recuerdo muy bien su espíritu siempre festivo, su sonrisa socarrona y su admiración por Gustavo Cerati. Sus conversaciones describían miles  de aventuras en los microbuses que iban y venían de Punchana (distrito distante de Iquitos), y sus vivencias con amigas de otros colegios. Parecía un poco mayor que nosotros.

Mi interés por la escritura creativa había nacido por estos años, la poesía en especial, experimenté los efectos emocionales que producía en los lectores lo que escribía. Como dijo Mario Vargas Llosa: “Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos, como la lectura. Estoy completamente convencido de que una persona que lee, y que lee bien, disfruta muchísimo mejor de la vida, aunque también es una persona que tiene más problemas frente al mundo”.

Pasaron los días, nuestras ansias aumentaban: el final del concurso llegaba a su fin. La maestra Hilda y todo el salón  no podían esperar más. El cuento ganador sería, el que tenga el mejor estilo, rico en personajes y una historia inédita que atrapara al lector.

— Y el ganador es: “El Taquerillo” de Miguel Rodríguez, dijo la maestra —

Increíblemente “El Shicshi” había ganado, para envidia de muchos, incluido el que escribe. Sin darse cuenta no solo había escrito un cuento, lo había ganado y había escrito nuestra historia.

A Hilda Sandoval, por enseñarnos la bella aventura de escribir.


© Por Alejandro Jáuregui.