— Hoy, gran Avant Premier
del éxito taquillero mundial, ¡Rocky! Tres funciones: matinée, vermout y noche,
véala solo en el Cine Excélsior —
Era
el pregonar de los parlantes cónicos de baquelita gris; que llevaba en el techo
un vetusto auto Toyota, en sus recorridos por las calles de Iquitos, en los años
80.
Una
tarde de 1984, después de cumplir con las actividades de algún trabajo escolar,
Luis Bravo nos reveló que tenía dos pares de guantes de boxeo, que después de
muchos reparos, sus padres le habían regalado. Nos anunció: ¿Quién se atreve a
noquear al Nuevo Rocky Balboa?
Inspirado
en las películas de Sylvester Stallone, que había visto, Bravo había decido ser
boxeador, se entrenaba todos los días con ejercicios extenuantes: saltos de
soga, decenas de abdominales, golpes a la “pera y “saco”. Preparó sus músculos de
pecho y abdomen como escudos contra los golpes de sus retadores; designación de
otros, porque él siempre sería un eterno campeón.
Para
proclamarse boxeador, que se precie de serlo, Luis debería usar: botas,
pantalones de box y bata debidamente personalizada. Para las botas y los
pantalones tuvo que hacer una gestión de envío especial desde Lima, a través de
la tienda de deportes Luxor, que le demandaron tiempo y esfuerzo. Para la bata,
no se le ocurrió mejor idea que acondicionar una que su madre había desechado, la mandó recortar a su medida y a bordar su
nombre en la espalda, el de boxeador.
Para
su nombre boxístico, se encontró con la disyuntiva de elegir: Sugar Ray Bravo o
Rocky Boy. El primero en honor al refinado estilo boxístico de Sugar Ray
Leonard, que tanto admiraba y el segundo por la valentía sobrehumana de su
héroe Rocky Balboa. Después de muchas cavilaciones, que a menudo lo desvelaban,
se autoproclamó: Seré Rocky Boy para el Perú y el mundo.
El
cinturón que siempre alzaría como trofeo de guerra, al final de sus peleas, lo
confeccionó de una lámina de madera; que conformaba la contraplaca de un pedazo
de triplay, que algún carpintero había olvidado en una refacción de su casa, le
dio forma de un fajín con una hebilla de diseño especial: circular de diámetro
similar a un disco de vinil de 45 rpm, donde se podía ver; el dibujo de la Diosa
de La Victoria griega Nike, la inscripción CHAMPION
(logo de las bujías que su padre
usaba en su camioneta Subaru color bronce)
y el tallado en semicírculo de Boxing
World Championship.
Sus
entrenamientos, largos y prolongados, pronto dieron cuenta que: sus jabs, eran lentos; sus uppercuts, no tan
contundentes; “ganchos” y “rectos”, carecían de instinto asesino. Tales
deficiencias, que lo afligían, fue resuelta gracias a una de sus elucubraciones:
la imitación de las leyendas del boxeo que presentaba el programa de televisión
“El Rincón del Box”.
El
“Rincón del Box” era un programa que la emisora de televisión América, exhibía
los sábados en horario de 8:00 p. m., conducido por Kike Pérez. En aquel clásico
programa de box, se presentaban todos los boxeadores que Bravo emulaba en sus
entrenamientos: Roberto “Mano de piedra” Durán, Sugar Ray Leonard, Michael
Spink, Marvin Hagler, Thomas Hearns y el
peruano Orlando Romero. Las narraciones de estas, pertenecían al gran
comentarista panameño Juan Carlos Tapia, al que Kike nunca les daba el crédito,
y contenían un ingrediente especial: eran magistrales. Para Luis, el recuerdo
de estas narraciones con acento centroamericano, le sonaban a marchas militares
de sus batallas que solo existían en su mente. Frases de Tapia como:
— Le puso a trastabillar,
casi le arranca la cabeza, lo desencuadernó, está mal, tiene las piernas de
mantequilla, le pusieron a bailar la tirinana, le borró la sonrisa del rostro,
enterró el pico, ese golpe le entró como una puñalada, es el reflejo de un
muerto, es carne de presidio —
Se
convirtieron, en las favoritas de los recreos del quinto grado de primaria del Colegio
San Agustín de Iquitos y encontraron un terreno fértil para la increíble afición
por el deporte del boxeo.
El
lugar donde Rocky Boy libraría sus épicas peleas de box, se convirtió
prontamente en un problema: inicialmente; decidió que su ring sería, la sala de
su casa, cosa que no prosperó por la desaprobación enérgica de su madre, luego
eligió; la esquina de su cuadra, cosa que tampoco dio fruto por la negativa de
los vecinos, al considerar muy violento al deporte de las narices chatas, la
canchita de fulbito del Club Tenis sería la solución de este contratiempo,
pensó.
— ¡Qué cosa!, ¡No puede
ser! — dijo el Señor
Bravo (padre de Luis).
Al
recibir la carta de queja de una socia, que solía ir a practicar sus golpes de
revés con su raqueta Wilson, edición Gabriela Sabatini - US Open 1984, que vio como Rocky Boy había aniquilado a su
insensato retador.
La
Junta Directiva del Club Tenis de 1984, contaba como Vocal al Señor Bravo,
quién tuvo que informar en algún Orden del Día: La prohibición de la práctica
de box en todas las instalaciones del club por las constantes quejas que se
recibieron.
En
su incesante búsqueda del ring, se le vino a la mente algo que nadie había
reparado: El Ring del Estudio Bravo. El despacho jurídico del Señor Bravo, era
el ícono de su legado familiar, estirpe que solo admitía abogados, desde muchas
décadas atrás. Sillas pintadas de negro, ordenadas como un cuadrilátero,
constituían dicho despacho. Si las grandes peleas, de cobertura internacional,
se realizaban en el Madison Square Garden de New York, Luis Bravo (Rocky Boy) tendría su Madison: El Ring del
Estudio Bravo.
Gracias
a la película Rocky y a nuestra amistad con Rocky Boy, el pugilismo fue
adquiriendo una increíble afición en todo nuestro salón de clases, en los
recreos comentábamos las peleas del programa de Kike. El boxeo llego a gozar de
simpatías y antipatías en aquella época, algunas personas lo consideraban
deporte y otras no, para mi madre y la de muchos de mis compañeros (incluida la
señora de Bravo), el boxeo no lo era. Recuerdo sus frecuentes reprimendas:
— ¿Cómo te puede gustar
ver a dos hombres en calzoncillos, pegarse las cuatro neuronas que tienen?
¡Aquí nada de box, ni “Rincón del Box”, ni nada! —
Muchas
tardes de 1984 entre las 2:00 y 4:00 p. m. (hora de la siesta loretana de
nuestros padres), el Ring del Estudio Bravo fue testigo de las peleas
memorables de Rocky Boy y de sus imprudentes retadores, el cual fue mi triste
caso.
A
Gabriela Sabatini, por acercarme a la argentinidad y sus demás perlas.
©
Por Alejandro Jáuregui.
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