lunes, 19 de febrero de 2018

jueves, 8 de febrero de 2018

El Ring del Estudio Bravo


— Hoy, gran Avant Premier del éxito taquillero mundial, ¡Rocky! Tres funciones: matinée, vermout y noche, véala solo en el Cine Excélsior —

Era el pregonar de los parlantes cónicos de baquelita gris; que llevaba en el techo un vetusto auto Toyota, en sus recorridos por las calles de Iquitos, en los años 80.

Una tarde de 1984, después de cumplir con las actividades de algún trabajo escolar, Luis Bravo nos reveló que tenía dos pares de guantes de boxeo, que después de muchos reparos, sus padres le habían regalado. Nos anunció: ¿Quién se atreve a noquear al Nuevo Rocky Balboa?

Inspirado en las películas de Sylvester Stallone, que había visto, Bravo había decido ser boxeador, se entrenaba todos los días con ejercicios extenuantes: saltos de soga, decenas de abdominales, golpes a la “pera y “saco”. Preparó sus músculos de pecho y abdomen como escudos contra los golpes de sus retadores; designación de otros, porque él siempre sería un eterno campeón.

Para proclamarse boxeador, que se precie de serlo, Luis debería usar: botas, pantalones de box y bata debidamente personalizada. Para las botas y los pantalones tuvo que hacer una gestión de envío especial desde Lima, a través de la tienda de deportes Luxor, que le demandaron tiempo y esfuerzo. Para la bata, no se le ocurrió mejor idea que acondicionar una que su madre había desechado,  la mandó recortar a su medida y a bordar su nombre en la espalda, el de boxeador.

Para su nombre boxístico, se encontró con la disyuntiva de elegir: Sugar Ray Bravo o Rocky Boy. El primero en honor al refinado estilo boxístico de Sugar Ray Leonard, que tanto admiraba y el segundo por la valentía sobrehumana de su héroe Rocky Balboa. Después de muchas cavilaciones, que a menudo lo desvelaban, se autoproclamó: Seré Rocky Boy para el Perú y el mundo.

El cinturón que siempre alzaría como trofeo de guerra, al final de sus peleas, lo confeccionó de una lámina de madera; que conformaba la contraplaca de un pedazo de triplay, que algún carpintero había olvidado en una refacción de su casa, le dio forma de un fajín con una hebilla de diseño especial: circular de diámetro similar a un disco de vinil de 45 rpm, donde se podía ver; el dibujo de la Diosa de La Victoria griega Nike, la inscripción CHAMPION (logo de  las bujías que su padre usaba en su camioneta Subaru color bronce) y el tallado en semicírculo de Boxing World Championship.

Sus entrenamientos, largos y prolongados, pronto dieron cuenta que: sus jabs, eran lentos; sus uppercuts, no tan contundentes; “ganchos” y “rectos”, carecían de instinto asesino. Tales deficiencias, que lo afligían, fue resuelta gracias a una de sus elucubraciones: la imitación de las leyendas del boxeo que presentaba el programa de televisión “El Rincón del Box”.  

El “Rincón del Box” era un programa que la emisora de televisión América, exhibía los sábados en horario de 8:00 p. m., conducido por Kike Pérez. En aquel clásico programa de box, se presentaban todos los boxeadores que Bravo emulaba en sus entrenamientos: Roberto “Mano de piedra” Durán, Sugar Ray Leonard, Michael Spink, Marvin Hagler, Thomas Hearns  y el peruano Orlando Romero. Las narraciones de estas, pertenecían al gran comentarista panameño Juan Carlos Tapia, al que Kike nunca les daba el crédito, y contenían un ingrediente especial: eran magistrales. Para Luis, el recuerdo de estas narraciones con acento centroamericano, le sonaban a marchas militares de sus batallas que solo existían en su mente. Frases de Tapia como:

— Le puso a trastabillar, casi le arranca la cabeza, lo desencuadernó, está mal, tiene las piernas de mantequilla, le pusieron a bailar la tirinana, le borró la sonrisa del rostro, enterró el pico, ese golpe le entró como una puñalada, es el reflejo de un muerto, es carne de presidio —

Se convirtieron, en las favoritas de los recreos del quinto grado de primaria del Colegio San Agustín de Iquitos y encontraron un terreno fértil para la increíble afición por el deporte del boxeo.

El lugar donde Rocky Boy libraría sus épicas peleas de box, se convirtió prontamente en un problema: inicialmente; decidió que su ring sería, la sala de su casa, cosa que no prosperó por la desaprobación enérgica de su madre, luego eligió; la esquina de su cuadra, cosa que tampoco dio fruto por la negativa de los vecinos, al considerar muy violento al deporte de las narices chatas, la canchita de fulbito del Club Tenis sería la solución de este contratiempo, pensó.

— ¡Qué cosa!, ¡No puede ser! — dijo el Señor Bravo (padre de Luis).

Al recibir la carta de queja de una socia, que solía ir a practicar sus golpes de revés con su raqueta Wilson, edición Gabriela Sabatini - US Open 1984, que vio como Rocky Boy había aniquilado a su insensato retador.

La Junta Directiva del Club Tenis de 1984, contaba como Vocal al Señor Bravo, quién tuvo que informar en algún Orden del Día: La prohibición de la práctica de box en todas las instalaciones del club por las constantes quejas que se recibieron.

En su incesante búsqueda del ring, se le vino a la mente algo que nadie había reparado: El Ring del Estudio Bravo. El despacho jurídico del Señor Bravo, era el ícono de su legado familiar, estirpe que solo admitía abogados, desde muchas décadas atrás. Sillas pintadas de negro, ordenadas como un cuadrilátero, constituían dicho despacho. Si las grandes peleas, de cobertura internacional, se realizaban en el Madison Square Garden de New York, Luis Bravo (Rocky Boy) tendría su Madison: El Ring del Estudio Bravo.

Gracias a la película Rocky y a nuestra amistad con Rocky Boy, el pugilismo fue adquiriendo una increíble afición en todo nuestro salón de clases, en los recreos comentábamos las peleas del programa de Kike. El boxeo llego a gozar de simpatías y antipatías en aquella época, algunas personas lo consideraban deporte y otras no, para mi madre y la de muchos de mis compañeros (incluida la señora de Bravo), el boxeo no lo era. Recuerdo sus frecuentes reprimendas:

— ¿Cómo te puede gustar ver a dos hombres en calzoncillos, pegarse las cuatro neuronas que tienen? ¡Aquí nada de box, ni “Rincón del Box”, ni nada! —

Muchas tardes de 1984 entre las 2:00 y 4:00 p. m. (hora de la siesta loretana de nuestros padres), el Ring del Estudio Bravo fue testigo de las peleas memorables de Rocky Boy y de sus imprudentes retadores, el cual fue mi triste caso.

A Gabriela Sabatini, por acercarme a la argentinidad y sus demás perlas.


© Por Alejandro Jáuregui.